La increíble vida de Rafael Osuna

Fotos: Bernardo Cid y Cortesía  

En estos días se lleva a cabo una edición más del US Open, torneo que el mexicano ganó en 1963

La increíble vida de Rafael Osuna

Pocos días después de que Martin Luther King pronunciara su célebre discurso del “I have a dream”, un mexicano perseguía su propio sueño en la tierra de las oportunidades.

Era el domingo 8 de septiembre de 1963 y Rafael Osuna Herrera, conocido como el “Pelón” desde que un día se le escapó a su padre y se rapó, estaba muy cerca y muy lejos de alcanzar su meta.

Era la final del Campeonato Nacional de Estados Unidos, como se conocía entonces al US Open, uno de los cuatro torneos de Grand Slam del año, ganarlo es un privilegio para muy pocos. En el Estadio West Side Tennis Club de Forest Hills, en Nueva York, dos voluntades de hierro estaban a punto de hacer colisión.

Sólo unas horas lo separaban de esa conquista, pero primero tenía que dominar el salvaje servicio del anfitrión, Frank Froehling, sexto del mundo. El gigante de 1.90 metros tenía en ese entonces el servicio más poderoso del circuito. Pavimentó su camino a la última instancia a base de saques as, sus oponentes, incluso el favorito, Roy Emerson, sólo veían que la pelota se convertía en una especie de raya.

Osuna ya era un rival temido, a diferencia de tres años atrás cuando ganó el torneo de dobles de Wimbledon, otro de los grandes, junto con Dennis Ralston, ambos unos jovenzuelos desconocidos.

Esta vez el nacido el 15 de septiembre de 1938 en la Ciudad de México, orgullo del Club Deportivo Chapultepec, venía de vencer a Chuck Mckinley, quien a su vez había ganado ese mismo año el torneo de singles de Wimbledon sin perder un solo set, algo que pocos han logrado.

Comienza el partido. Once mil personas expectantes ven dudar a Froehling. Resulta que Osuna está colocado muy atrás, pegado al back front. Así que el americano le pregunta al mexicano si está listo. Indica que sí con una maquiavélica sonrisa. Froehling también le pregunta al juez de silla si ya puede sacar. Contesta que adelante.

Esa maniobra de esperar el cañonazo de Froehling desde el fondo de la cancha se conocería como “Operación Cha-Cha-Cha”, una estrategia digna del mejor ajedrecista. Romperle el juego a Froehling, ese era el objetivo. Y lo logró. Froehling sacaba, Osuna devolvía un globo, simplemente para subirse a la red y forzar el intercambio, territorio donde sus movimientos felinos le daban la ventaja.

“No sabía qué hacer con los globos de Osuna, eran demasiado altos y profundos, no los veía bien entre tantas camisetas blancas”

Admitió Froehling en una entrevista reciente con el periodista Toby Smith.

Se llevó el partido en tres sets corridos (7-5, 6-4, 6-2), resultado que lo catapultó como número uno del mundo. Osuna se convertía así en el primer (y único a la fecha) mexicano en ganar un torneo de Grand Slam en la modalidad de singles. Así como el primer latinoamericano en ganar el US Open, desde entonces, hace 52 años, solamente otros dos lo han conseguido. Los argentinos Guillermo Vilas en 1977 y Juan Martín del Potro en 2009.

Su hazaña en este torneo, que comienza este día en una edición más, es uno de los mayores logros de cualquier deportista mexicano, rivaliza con la medalla de oro de Felipe Muñoz en la natación de los Juegos Olímpicos de México 68 o el metal del mismo color conquistado por el equipo de futbol en los JO de Londres 2012.

De ese tamaño es la proeza de Rafael Osuna Herrera, quien murió el 4 de junio de 1969 en un misterioso avionazo.

‘VENGO POR MI PAVO’

Elena Osuna, hermana del héroe deportivo, y su hijo, Rafael Belmar, recuerdan otra hazaña del “Pelón”, ésta no muy referida en los periódicos.

Es época decembrina en el Club Deportivo Chapultepec, semillero de atletas de talla mundial, como el clavadista Joaquín Capilla, pero también espacio de convivencia para deportistas amateurs. Se realiza una edición más del Torneo del Pavo, que consiste en competencias de diversos deportes cuyo premio es un pavo ¡vivo! Al que hay que atrapar primero, no es fácil. Elena se ríe como si fuera ayer al recordar a los triunfadores persiguiendo a las rápidas aves entre las gradas, el objetivo es coger del pescuezo al más rechoncho. O al que se deje primero. Las carcajadas de los presentes se entremezclan con los quejidos lastimeros de los guajolotes que pronto estarán en el horno.

En su casa al sur de la Ciudad de México, Elena completa el relato que su hijo comenzó vía telefónica. Resulta que Rafael Osuna, ávido de triunfos, inquieto, llega de pronto al Deportivo, raqueta en mano. Comienzan los murmullos. Los niños, que idolatran al tenista, le preguntan ¿a qué vienes, “Pelón”? Osuna, quien para entonces ya había ganado el dobles de Wimbledon (1960), les contesta con gesto marcial: “Vengo por mi pavo”. Se corre la voz y aquello es un hervidero de fanáticos.

Osuna compite en dobles pero le toca de pareja un señor de unos 70 años, de apellido Gómez Tagle, Elena piensa que tenía más, su hijo le calcula menos, pero digamos salomónicamente que esa era su edad en promedio. El señor de la tercera edad, entusiasmado, acompaña (podríamos decir ayuda, pero no sería preciso) a Rafael Osuna a llegar hasta la final.

“Haz de cuenta que estaba jugando Wimbledon”, expresa Elena para remarcar que el “Pelón” se tomó en serio la lucha por el pavo. En la final les toca una pareja de jóvenes que ya empezaba a despuntar como profesional. Y el “Pelón” era un grande, pero no un mago. Así que pierden el cotejo y con ello la oportunidad de corretear pavos. El “Pelón” se repone del fracaso y se sienta en las gradas para ver el resto de las escaramuzas. Al poco rato se le aparece el señor Gómez Tagle con un pavo en bandeja que fue a comprar a un restaurante cercano. “Tómalo, ‘Pelón’”. El ídolo, apenado, se niega amablemente, le dice que ganaron y perdieron juntos, así que no puede aceptar. “No entiendes, ‘Pelón’ ¡fue el juego de mi vida!” No tuvo más remedio que recibir la vianda, ante los aplausos de los presentes.

Foto: Cortesía
Foto: Cortesía

 

TENISTA POR ACCIDENTE

Rafael Osuna llegó al tenis por accidente. Era un atleta multifuncional que lo mismo destacaba en tenis de mesa que en basquetbol. En ambos deportes fue un miembro relevante y se dice que los movimientos rápidos que aprendió en esas disciplinas los aplicó en el tenis.

De acuerdo con Elena, el que primero se metió al tenis fue el mayor de los hermanos, Jesús, quien a pesar de tener polio, competía en un buen nivel. Contagió su interés por el deporte blanco a sus hermanos en el multi referido Deportivo Chapultepec de Avenida Mariano Escobedo.

El “Pelón” formaba parte del equipo de basquetbol del Banco de México, el entrenador era Napoleón de los Santos, conocido por inculcarles férrea disciplina a sus pupilos, quienes siempre estaban en óptima forma física. “Los ponía a entrenar como demonios”, recuerda Elena.

Rafael experimentó con el tenis, pero más bien era percibido como un jugador de basquetbol. Intentó formar parte del equipo Copa Davis que jugaría contra Finlandia en 1958, pero quedó fuera en el selectivo. Aún así, gracias a la negativa de asistir a Finlandia por parte de Gustavo Palafox, Osuna llegó al equipo por esa deserción.

Todavía inseguro entre dedicarse al tenis o al basquetbol, Osuna partió a Finlandia. Esas dudas se disiparon cuando ganó su primer punto de singles y posteriormente la serie, se emocionó a tal grado que decidió establecerse en el deporte de las raquetas, narra su hermana.

‘SE MOVÍA COMO UN DIOS’

George Toley, conocido como el padre del tenis mexicano en su época de oro, era entrenador de la Universidad del Sur de California a fines de los años cincuenta. Dos tenistas mexicanos ya estaban allá, Francisco Contreras e Ives Lemaitre, y le recomendaron al coach Toley que le diera una oportunidad al “Pelón” Osuna, de quien enaltecieron sus habilidades físicas.

“No sabe jugar tenis, pero se mueve como un Dios”, comenta Elena que dijo Toley tras observar en acción a Osuna. Decidió acogerlo bajo su tutela. En una anécdota plasmada en la biografía de Osuna escrita por su hermana, Toley narra aquella ocasión que le indicó a Osuna perfeccionar un golpe. Al percatarse que había captado el movimiento correcto, se fue a atender otros asuntos. “Me fui a mi oficina y, absorto en los libros, no me di cuenta del tiempo transcurrido, pero al voltear a la ventana me admiré al ver la morena figura de Rafael que proseguía, solo, en la cancha, practicando con la máquina de echar pelotas, corriendo a recogerlas y continuar, todo esto a una temperatura de 45 grados y por espacio de ¡más de tres horas!”. Aunada a su movilidad inaudita, Toley se dio cuenta entonces que Osuna iba a llegar lejos gracias a su perseverancia fuera de lo común.

Foto: Cortesía Familia Osuna
Foto: Cortesía Familia Osuna

 

DOS JOVENCITOS SACUDEN AL MUNDO

Toley decidió que Dennis Ralston y Rafael Osuna hicieran pareja por primera vez. Esta dupla de jóvenes, 17 años el norteamericano y 21 años el mexicano, no lo sabía, pero estaba a punto de sacudir al mundo.

Cuenta Elena que llegaron a Wimbledon en 1960 como víctimas propicias, les asignaron unos vestidores modestos. Estuvieron a punto de perder el primer partido, pero se repusieron y continuaron avanzando.

Los que pasan de la primera semana ya adquieren notoriedad, comenta Elena, quien recuerda que los organizadores le ofrecieron a esta dupla moverse a unos cuartos más acogedores, pero los jóvenes rechazaron la oferta, pues ya habían hecho migas con el personal a cargo.

El sorprendente camino de estos chamacos en Wimbledon parecía que terminaría en semifinales, pues iban ante los favoritos australianos Rod Laver y Bob Mark. Cuenta Rafael Belmar que, ante los periodistas, Ralston evitó hablar, pero cuando le preguntaron a Osuna que sentía de haber llegado hasta esa fase, contestó: “Cuando entro a la cancha, entro a ganar”. Osuna y Ralston, en un increíble partido de volteretas, se impusieron a los oceánicos 4-6, 10-8, 15-13, 4-6 y 11-9.

En la final derrotaron 7-5, 6-3 y 10-8 a la pareja local formada por Mike Davies y Bobby Wilson, quienes se quedaron con las gana de darle un triunfo a los ingleses en su propia casa, algo que no se conseguía en dobles desde hacía 24 años (1936).

Comenta Elena Osuna que, en la premiación, a Ralston le temblaban las manos, mientras Osuna, más tranquilo, le contaba un chiste a la duquesa.

Osuna es recordado por su hermana como alguien encantador, travieso, inquieto y desprovisto de complejos en cualquier cancha donde se parara, aunque ante los micrófonos era más bien serio.

Sobre el apodo “Pelón”, Elena recuerda que su padre, don Rafael Osuna, empleado de Pemex, se llevó al pequeño Rafael a unas diligencias en Poza Rica, Veracruz. Lo dejó afuera mientras arreglaba unos asuntos y, como se tardó, Rafa tuvo la ocurrencia de meterse a una peluquería de la que salió con el coco reluciente. Cuando su padre lo vio, sorprendido, le preguntó por qué lo había hecho. “Es que tenía calor”, contestó el chamaco de unos 10 años de edad.

Ese chamaco labraría en apenas 11 años, de 1958 a 1969, la historia más gloriosa del tenis mexicano. Ganó dobles de Wimbledon en dos ocasiones, primero con Dennis Ralston (1960) y luego con Antonio Palafox (1963). El US Open también lo ganó, en dobles con Antonio Palafox (1962) y en singles, su mayor logro, en 1963.

Además conquistó la medalla de oro en dobles y singles de los Juegos Olímpicos de México 68, aunque el tenis era deporte de exhibición.

Su sello, su puerta de entrada al tenis fue la Copa Davis, en la que compitió numerosas ocasiones, siempre defendiendo con gallardía los colores de México, llegando incluso a disputar una final en la que nuestro país cayó ante la poderosa Australia en 1962, el mejor resultado hasta el momento.

Su leyenda continúa viva, pues en el Abierto de Estados Unidos lo recuerdan cada 28 de agosto, además de que, en 2013, el US Open le hizo un homenaje con motivo de los 50 años de su triunfo en singles, al que asistió la familia de Osuna.

 

Entre raquetas y letras

Foto: Cortesía Familia Osuna
Foto: Cortesía Familia Osuna

 

Elena Osuna de Belmar siempre recopiló las actuaciones de su hermano Rafael: recortes de periódicos, fotos, anécdotas, historias dispersas que algún día pensó organizar en el formato de una biografía. El plan se quedó en veremos hasta que, en una ocasión, escuchó a su hijo Rafael Belmar Osuna decirle a Jorge Lozano, con quien jugaba dobles, que su tío había ganado el US Open en 1963. Atónito, Lozano no lo creía. Hasta que le mostraron los amarillentos recortes de periódico. Era 1981, ellos venían de ganar la Copa Internacional Juvenil Club Casablanca. Elena se alarmó por hecho de que las nuevas generaciones no conocían las hazañas de su hermano, pues si un tenista profesional no estaba enterado, el resto de la población mucho menos. Así que emprendió la titánica labor de organizar cientos de historias y documentos en el libro Rafael Osuna. Sonata en Set Mayor, el cual salió de las imprentas en 1990.

¿Cómo lo hizo? Para ello hay que explicar que Elena Osuna es una mujer de muchas habilidades, no sólo para el deporte, en el que llegó a ser campeona nacional de tenis de mesa, además de medallista centroamericana en tenis, sino para las artes, pues estudió Filosofía y Letras en la UNAM. En la Máxima Casa de Estudios también hizo teatro bajo la dirección de Fernando Wagner, Ludwik Margules y Eduardo García Maynes.

Ahí también tuvo de maestro a Juan José Arreola, quien le dio algunos consejos sobre cómo redactar y organizar la biografía. Elena Osuna supone que el resultado final le agradó, pues accedió a escribir el prólogo. Arreola, autor de Confabulario, La Feria y Bestiario, entre otras obras, describe así a Rafael Osuna: “Con su andar cauteloso y sus dinámicos desplazamientos de gato, que iban desde la volea al fondo, hasta la gracia sin par de la ‘dejadita’, como no queriendo, al borde justo de la red. Donde quiera que estaba, Rafael siempre estuvo en el terreno deportivo, dispuesto a ganar, pero aceptando el riesgo de perder”.

El libro forma parte del Museo del Salón de la Fama del Tenis Internacional en Newport Rhode Island, del Museo de Wimbledon, U.S.T.A. y de Biblioteca Doheney de la Universidad del Sur de California USC.

También hay uno en la biblioteca particular del finado Gabriel García Márquez, Premio Nobel de Literatura. Resulta que el escritor colombiano tomaba clases de tenis con Elena, quien de plano dice que su mejor habilidad como tenista era su charla. “Dedícame uno, pero ponle Gabo, no Gabriel García Márquez”, le solicitó el inmortal de las letras, hace unos 15 años.

Y debería estar también en la Federación Mexicana de Tenis, pues Elena obsequió uno cuando el dirigente era Francisco Maciel, hace cosa de 10 años. Tiempo después, se enteró que el ejemplar, que se suponía era material de consulta para que las nuevas generaciones de tenistas conocieran al máximo exponente mexicano de este deporte, desapareció.

El tema es que casi no hay ejemplares de este documento histórico que relata la vida, no sólo en el aspecto deportivo, sino familiar y humano, de este tenista, a quien año con año, cada 28 de agosto, honran en el US Open con el Día de Rafael Osuna.

Es por ello que Elena pretende hacer una segunda edición, pero si aquella vez le costó trabajo conseguir apoyos para realizarlo, considera que en esta ocasión sería aún más difícil. Sin embargo, no pierde la esperanza.

 

Foto: Bernardo Cid
Foto: Bernardo Cid

 

Sólo quedó un Rolex

Rafael Belmar cuenta que su tío, quien fue reconocido como el tenista más rápido de su época cuando fue entronizado al Salón de la Fama en 1979, era lento para todo lo demás.

Manejaba con parsimonia, andaba con tranquilidad por las banquetas, le gustaba dar autógrafos. Esa lentitud estuvo a punto de salvarle la vida el 4 de junio de 1969, cuando salió retrasado rumbo al aeropuerto. El taxista fue detenido por un policía en motocicleta, quien les hizo perder tiempo. Para Elena Osuna hubo algo raro en esa maniobra, piensa que el gendarme, por alguna razón, quería evitar que Rafael llegara a su destino.

Mientras eso sucedía, en el aeropuerto, narra Belmar, el piloto de avión pidió permiso a los pasajeros para esperar a Rafael Osuna y recibió una autorización unánime, pues Osuna era un ídolo.

Rafael Belmar dice que alguien le comentó que, al cerrarse la puerta del avión, se alcanzó a escuchar, incluso desde afuera, una estruendosa ovación para el “Pelón”. La última de su vida.

En el Boeing 727 que partiría del Distrito Federal rumbo a Monterrey, a las siete de la mañana, iba el político priísta Carlos Madrazo, padre de quien fuera candidato presidencial, Roberto Madrazo.

Mucho se especuló en su momento sobre un posible atentado en ese vuelo 704 de Mexicana de Aviación y aún ahora Elena Osuna cree que hubo algo raro, pues el avión probablemente no se estrelló como tal, porque sus restos se esparcieron en el Cerro del Fraile, pocos minutos antes de llegar a su destino.

De las pertenencias de Rafael Osuna se recuperó un reloj marca Rolex, conmemorativo del campeonato de dobles de 1960 en Wimbledon. Rafael piensa que el reloj se lo quedó la viuda del “Pelón”, Leslie, que ese fatídico día no pudo llevar al “Pelón”, pues tenía un bebé de brazos, Rafael, quien ahora vive en California y se dedica a la música.

 

Foto: Especial
Foto: Especial

 


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