Noche como pocas

 

  Tenía largo rato que no gozaba tanto un partido de futbol como el pasado sábado en la cancha del Azteca. Vivir esa fusión de olores, sabores, gritos, porras, empujones y jalones en la explanada principal del estadio, si donde está el gigantesco y siempre referente Sol Rojo. Difícil transitar entre los cientos de puestos […]

 

Tenía largo rato que no gozaba tanto un partido de futbol como el pasado sábado en la cancha del Azteca. Vivir esa fusión de olores, sabores, gritos, porras, empujones y jalones en la explanada principal del estadio, si donde está el gigantesco y siempre referente Sol Rojo.
Difícil transitar entre los cientos de puestos con las camisetas, banderas, balones y distintivos de preferencia de los locales, aunque en un rinconcito los visitantes ocuparon su lugar.
Camisetas de a 350 pesos acompañadas del juramento de su originalidad, gorras, impermeables y hasta la vestimenta para el perro. Donde más que en nuestro bendito futbol.

Es obligado detenerse unos instantes en los puestos de comida, atraído por los olores y sabores la garnacha impone su ley. Unos tacos de guisado, acompañados por un par de quesadillas y los inigualables pambazos. Un refresco por favor para acompañar.

Ahora si para adentro, a las largas e interminables filas y las cansadas revisiones. Una vez instalados llega esa emoción de estar en la tierra prometida, la de las emociones, alegrías y tristezas.

En menos de que se acomodara la gente, el América ya adelantaba en el marcador y 8 minutos después ponía tierra de por medio ante el odiado rival.

Al final el marcador todos lo sabemos, puntos que regresan el alma al cuerpo de los americanistas que han tomado la llegada de Ricardo LaVolpe como el regreso del mesías. Y no es para menos.

 

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